Llegas a tu puesto de trabajo. Enciendes el ordenador. Abres tu programa de correo electrónico y ves ahí, en la bandeja de entrada, un e-mail inesperado, escrito por una mujer que, aparentemente, forma parte también de tu empresa —lo sabes por la dirección del remitente, que tiene el mismo dominio que tu cuenta corporativa—, y cuyo asunto resulta chocante…